Valores venezolanos
El poder de
la palabra
*
Vino
al mundo en el siglo de la “influencia oculta de las mujeres en el Continente
americano y de Simón Bolívar”
* Su
gran frustración fue no haber escrito "biografía
íntima" de Simón Bolívar que evitara las facilidades de la novela
histórica, que decía detestar.
Esta insigne, de las letras patrias, vio la
aurora alborear, en la Ciudad Luz, el 5 de octubre a una década de finalizar el
siglo XIX. Su padre, Rafael Parra Hernáiz, era cónsul de Venezuela en Berlín;
su progenitora, Isabel Sanojo Ezpelosín de Parra, descendía de una aristocrática
familia caraqueña.
Escribió en una oportunidad nuestra biografiada
que "tanto mi madre como mi abuela
pertenecían por su mentalidad y sus costumbres a los restos de la vieja sociedad
colonial de Caracas".
En su autobiografía, declaraba haber nacido en
Venezuela, y aunque París dista nueve mil kilómetros de Caracas, apenas puede
decirse que mintiera, ya que la infancia de Ana Teresa transcurrió cerca de la
capital venezolana, en la hacienda familiar de Tazón. Poco después de morir su
padre, en 1900, se trasladó con su madre y hermanos a España, y en 1902 ingresó
en el valenciano internado del Colegio del Sagrado Corazón de Godella.
En 1910, los Parra Sanojo están de vuelta en
Caracas. Viven en una casa de estilo colonial, situada entre las esquinas de
Torre y Veroes. En las tertulias que allí se organizan, y en frecuentes
reuniones que se dan en los cafés de la Caracas de principios del siglo XX, la
joven escritora toma apuntes sobre los modismos del español caraqueño, de sus
maneras, de sus variantes. Tiene una gran fascinación por el habla coloquial,
pero, a diferencia de lo que estila el costumbrismo, reproducirla no será el
fin de su obra, se trata sólo de un recurso para contar historias.
La vida literaria de Teresa de la Parra presenta
tres momentos claramente diferenciados. Sus primeras incursiones fueron unos
breves cuentos, de tema fantasioso y tintes vagamente orientalizantes, y el Diario
Apócrifo "de una caraqueña por el Lejano Oriente", publicado en la
revista Actualidades, que dirigía el maestro de juventudes Rómulo Gallegos.
Otra obra que le valió en 1922 el premio
literario de un diario de Ciudad Bolívar, El
relato Mamá pasó luego a formar parte de una narración más extensa, como el
Diario de una Señorita que se fastidiaba (matriz narrativa de Ifigenia)
publicado ese mismo año en revista La lectura semanal, que dirigía por José
Rafael Pocaterra. Posteriormente, Teresa de la Parra recordaría ese año de 1922
como el del inicio de su verdadera vocación de escritora.
Sus éxitos
en Paris
Su vocación por las letras dio sus frutos en París, ciudad donde fijó su
residencia en 1923. Allí verían la luz sus dos novelas: en 1924 “Ifigenia”,
traducida al francés por Francis Marmande y elogiada por Miguel de Unamuno y
Juan Ramón Jiménez. En ella se narran las vicisitudes de la heredera de una
familia acomodada caraqueña venida a menos y se explora, por primera vez en la
narrativa venezolana, el mundo y la sensibilidad de una mujer. En la segunda,
Las memorias de Mamá Blanca (1929), que escribe en un viaje a Suiza, hallamos
una crónica familiar que rescata y recrea, con una sencillez que no elude la
maestría narrativa, las voces y el habla venezolanas de su época, a la vez que
evoca con lucidez un mundo para siempre perdido: el de la aristocracia criolla.
A los 32 años, en 1921, su nombre suena en todos
los oídos de la comunidad literaria venezolana; no es para nadie sorpresa que,
con motivo de la visita del príncipe de Borbón a Venezuela, se le asigne la
tarea de escribir un discurso en respuesta al que ofrece doña Paz de Borbón en
homenaje a las mujeres venezolanas. En esta ocasión recibe grandes elogios por
la profundidad de su pensamiento y por su encanto prosístico. En 1923 se
traslada a París. En 1924 publica bajo el seudónimo de Teresa de la Parra, su
primera y más famosa novela “Ifigenia”, como ya citamos, con la que participa
en un concurso literario en París, auspiciado por el Instituto Hispanoamericano
de la Cultura Francesa, obteniendo el primer premio. La Casa Editora
Franco-Ibero-Americana de París la premia con 10.000 francos y publica la obra
en francés y en español. Tanto la suma como la doble publicación constituyen
logros inusuales. Su fama crece hasta convertirse en una de las escritoras más
destacadas de Latinoamérica y colocarse a un lado de la chilena Gabriela
Mistral, con la que mantiene una estrecha amistad.
En los periódicos caraqueños reseñan su
recibimiento masivo en La Habana, Nueva York y Bogotá. De esta última ciudad se
menciona una recepción tan multitudinaria que la gente, agolpada por los
andenes y aún sobre los vagones del tren, no la deja llegar a la puerta de la
estación ferroviaria sino tras veinte minutos de esfuerzos para escapar de los
efusivos saludos. En uno y otro lugar, dicta conferencias que hablan de la
importancia de la mujer en la conquista, la colonia y la independencia de
América.
Los años que van de 1928 a 1930 son de intensa
actividad para la escritora; es invitada a Cuba para participar en el Congreso
de Prensa Latina, el tema de su discurso fue "La Influencia Oculta de las
Mujeres en la Independencia y en la vida de Bolívar"; pasa por Caracas y
viaja a Múnich, en el marco de un festival literario dedicado a Wagner.
Esta segunda etapa, la de la asunción plena de
su vocación, fue también la de su otra gran amistad, amorosa y sororal, con la
escritora cubana Lidya Cabrera, a quien conoció en 1927 durante un viaje a Cuba
en el que representó a Venezuela en la Conferencia Interamericana de
Periodistas y disertó sobre "La influencia oculta de las mujeres en el
Continente y en la vida de Bolívar".
En París llevó el género de vida que convenía a
una señorita de la buena sociedad caraqueña: asistir a recepciones en embajadas
y frecuentar a escritores hispanoamericanos. Inició entonces con el diplomático
y escritor ecuatoriano Gonzalo Zaldumbide una amistad, amorosa primero, después
entrañable y fraternal, que ha quedado documentada en un nutrido epistolario.
Su amiga cubana Lidya Cabrera la acompañó hasta
el último momento durante su dolorosa peregrinación por sanatorios suizos y
españoles, en busca de la imposible curación de su tuberculosis. La enfermedad,
cuyos primeros síntomas se manifestaron en 1931, modificó de raíz su
personalidad y su vida. Con respecto a su obra, sería más acertado decir que la
enfermedad agravó cierto giro que la autora había comenzado a dar desde su
ciclo de conferencias del año anterior. "Acomodar las palabras a la vida,
renunciando a sí mismo, sin moda, sin pretensiones de éxito personales, es lo
único que me atrae por el momento", escribía en 1930 al historiador
venezolano Vicente Lecuna.
Surgió entonces el proyecto, que no alcanzó a
realizar, de escribir una "biografía íntima" de Simón Bolívar que
evitara las facilidades de la novela histórica, que Teresa decía detestar.
Salvando las distancias entre autores tan disímiles, puede decirse que Teresa
de la Parra fue la primera en concebir una idea que ejecutarían, en muy
distintos registros, los colombianos Álvaro Mutis Jaramillo en su cuento “El último rostro” y Gabriel García
Márquez en “El general en su laberinto”.
Esta cultivadora de las letras venezolana, murió
en Madrid, España, el 23 de abril de 1936, victima de la terrible enfermedad de
aquella época, que la aquejaba.
* El autor de este Blogger, para la
escritura del presente artículo, utilizo la siguiente bibliografía: El
Nacional-Funtrapet Rostros y personajes de Venezuela. Fascículo 16: Consolidar
un Estado. Bohórquez, Douglas (1997).
Teresa de la Parra. Del diálogo de géneros y la melancolía. Monte Ávila
Editores. Biografía Y Vidas. Lemaitre,
Louis Antoine (1987). Mujer Ingeniosa: Vida de Teresa de la Parra. Editorial La
Muralla Parra, Teresa de la (1952). Ifigenia: Diario de una señorita que escribió
Porque se fastidiaba. Casa Editorial Franco-Ibero-Americana. Parra, Teresa de la.
(1996). Memorias De Mamá Blanca. Editorial Universidad De Costa Rica.
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